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Desde tiempo inmemorial la sabiduría popular viene asumiendo que el optimismo beneficia a las personas por encima del pesimismo, sobre todo en relación a la salud y el bienestar físico en general. Muchas de esas premisas se consideran pseudocientíficas al dar por hecho que una actitud positiva es la herramienta mágica para superar un acontecimiento adverso, como proclaman numerosos portales y enlaces de apoyo emocional que tratan estas cuestiones en internet sin ningún respaldo científico. Pero ¿qué hay de cierto en esas teorías?

Poco y mucho a la vez. Es absolutamente falso que el optimismo o una actitud positiva pueda curar una enfermedad de mal pronóstico, aunque sí es cierto que numerosos estudios concluyen que el optimismo puede tener un papel protector frente a ciertos trastornos psicológicos y físicos, y por ello se aborda desde la psicología de la salud. Es más, bastantes estudios científicos confirman que el optimismo juega un papel importante en la salud, incluso apoyan la idea de que fomentarlo podría ser una de las estrategias para la promoción de estilos de vida saludables

Las personas optimistas suelen afrontar de manera más efectiva los problemas con los que se encuentran. Piensan que, a pesar de los obstáculos que existen, pueden alcanzar lo que se proponen, tardan más en rendirse ante las dificultades y su estilo de afrontamiento suele ser más proactivo, además de centrarse en mayor medida en lo que pueden ganar que en lo que pueden perder. ¿Cómo explica esta manera de afrontar la vida a la relación entre optimismo y salud?

Tipos de optimismo

El optimismo alude a una tendencia: la de esperar resultados favorables y positivos. Es un aspecto que está íntimamente ligado al bienestar psicológico y físico de las personas. No obstante, existen dos tipos de optimismo:

  • Disposicional: al que solemos referirnos comúnmente. Es la expectativa positiva, constante y generalizada de obtener buenos resultados. Como tal, se considera relativamente estable.
  • Situacional: es una expectativa concreta de obtener un resultado positivo en una contexto específico. Surge ante una circunstancia particular, un evento concreto y estresante.

Los optimistas utilizan en mayor medida estrategias dirigidas a la solución directa de los problemas, sobre todo cuando sienten que tienen control sobre la situación. Esto es, cuando creen que pueden hacer algo para cambiar la situación problemática. Por ello, actúan y luego evalúan. Sin embargo, los pesimistas evalúan y luego, si las expectativas les convencen, actúan (Sanna, L., 1996).

Las emociones positivas se asocian con aumentos en la Inmunoglobulina A. Este es un anticuerpo considerado como la primera línea de defensa frente a las enfermedades. Pero no solo hay efectos directos de estas emociones, sino también subjetivos. Así, las personas que se sienten felices:

  • Informan de menos síntomas físicos que las que se perciben tristes. A estas, los síntomas les producen mucho más malestar.
  • Se consideran menos vulnerables que las tristes, lo que les puede llevar a realizar menos conductas de mantenimiento de la salud.
  • Se perciben más capaces de implicarse en conductas promotoras de la salud y tienen más confianza en que estas aliviarán su enfermedad.

Por todo ello, podemos concluir que el optimismo beneficia a las personas.

“Si la mente está tranquila y ocupada con pensamientos positivos, es más difícil que el cuerpo enferme”.

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